domingo, 23 de octubre de 2011

LA SANGRE VERTIDA POR ESPAÑA



Francisco de Cossío visita a los falangistas acantonados en Quijorna, pueblo situado entre Brunete y Navalagamella. Los jóvenes portadores de la camisa azul no se resignan a permanecer estáticos en su posición que hasta el momento permanece tranquila y añoran pasar a un frente más activo. Entre aquellos falangistas se hallaba un hijo del autor, compartiendo camaradería con el resto de jóvenes principalmente burgaleses y vallisoletanos y, aquel escenario tranquilo se convirtió a las pocas horas de que Cossío abandonara el pueblo en un verdadero infierno y a aquellos falangistas les tocó en suerte contener una gran avalancha. Que sea ahora el autor el que continúe el relato:

"...De los que almorzaron conmigo entre cuentos y risas y canciones, no he podido abrazar sino a uno, a Goyo Sáez, herido y evacuado. Los demás quedaron allí. Allí Pepe Cruz, que era como el humorista de la centuria. Había sido cartero y todos conocían a pepe Cruz. los que cruzaban con él le golpeaban la espalda al pasar, y él, con una cachava de pastor, se daba cierta importancia de jefe, pero siempre con ese tono efusivo del organizador. Cayó Pérez Díaz, rubio, casi rojo, con ojos muy vivos, también bromista y alegre, que durante la comida toma dos refrescos de limón. Es la sed de un día de parapeto, concentrada allí, en el gran vaso turbio, que el apura como una bebida de dioses. Severino Velasco, siempre al lado de mi hijo, también vivo, ágil, decidor... Mi hijo le ha hecho una caricatura que ha enviado a su padre, el alcalde de San Miguel de Arroyo. ¡Cómo llega a mí hoy el recuerdo de estos muchachos, todos ellos, en un instante, ofrecidos íntegramente a España! En cuanto llegamos y preguntamos por él, todos le conocían, y se oyeron gritos por las calles pendientes, por los portales oscuros, por los pasadizos en penumbra...-¡Manolo! ¡Manolo!.

Murió como correspondía a su entusiasmo, a su fe, a su generosidad. En el sillín de su ametralladora y con un tiro en el pecho, cerca del corazón. A su lado, Gregorio Sanz, el servidor de su máquina, no sólo recogió su cuerpo antes de morir, sino su silueta moral. Cierra los puños cuando lo cuenta y se le llenan los ojos de lágrimas.

¿Y porqué iba a ser yo un español privilegiado, libre de este gran sacrificio de juventud? Y habla en el dolor mi egoísmo cargado de recuerdos, de nostalgias, de evocaciones de niñez, de adolescencia...y ahí se para, porque Manolo era un niño que se aupaba un poco para parecer adolescente. Intentó dejarse la barba por coquetería de combatiente, y no le podía crecer sino a corros...Pero todo es puro egoísmo en el dolor, porque bien considerado, Manolo y sus amigos murieron como ellos querían morir.

Tenían fe, fe en las raices del alma, fe en Dios y fe en España. Se creían ungidos de una misión providencial, y cada uno se consideraba un elegido, como un predestinado...No ambicionaban nada, ni pedían nada, a cambio de su sacrificio y su heroísmo...Han muerto con la mirada en Dios y han ganado el cielo de un salto.

Yo me he pasado treinta años de mi vida escribiendo cada día, y en España y fuera de España no he hecho sino exaltar las virtudes, los hombres, la historia, el arte, la unidad de mi país. Aún hoy, en mi dolor, el oficio me arrastra sobre las cuartillas para amasar la tinta con las lágrimas. ¡Pobre oficio y pobre instrumento la pluma! mi hijo pequeño, a los diez y nueve años, en un solo minuto, ha escrito con su sangre una página que yo no seré capaz de escribir nunca."

Traigo estas hermosas palabras del padre que ha visto derramar la sangre de su hijo por un fin superior, sin resentimientos, en el convencimiento del deber cumplido para alcanzar el más alto ideal, el mismo día que un sujeto le ha montado un sarao a su padre asesino, uno más, y a aquellos que, salidos de todas las cloacas de Europa y América, vinieron a someter a España bajo el yugo de Stalin en ese lupanar, cuyo destino no puede ser otro que ser arrasado hasta los cimientos, que es la Complutense de Madrid.


¡ARRIBA ESPAÑA!

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