No es mi intención aquí glosar la figura de uno de los españoles más dignos, entregados, cabales, ejemplares y honestos que nuestra Patria haya tenido el honor de engendrar. El rico idioma español se vuelve herramienta limitada a la hora de calificar a este patriota español al que perfectamente podemos situar en un plano superior al del resto de mortales. No insistiré en las innumerables virtudes que le adornaron, tanto en su vida militar como en la estrictamente política; no se puede comprender una sin la otra y, sólo los malnacidos serían incapaces de reconocer la gran aportación a la paz y el desarrollo de España que su Gobierno significó, con sus aciertos y, como no, también con sus errores, nunca de mala fe. Miembro de una estirpe que entregó generosa y heróicamente su sangre en aras de la grandeza de España, tanto en el campo de batalla como en las cloacas donde la chusma roja tan a gusto se movía.
El General supo muy bien lo que significa ser traicionado, algo que seguramente no pudiera ser del todo comprendido por quien era espíritu limpio, franco y generoso. La defensa de su persona y su obra fue lo que movió al fundador de Falange, su hijo, a entrar en política.
Para mejor comprensión de la figura de este español sin tacha recomiendo la lectura de la obra de Emilio R. Tarduchy "Psicología del dictador", Madrid 1930.
Mientras la Universidad de Gabilondo invistió Doctor Honoris Causa a un mentiroso genocida sin que prácticamente nadie del mundo intelectual pusiese el grito en el cielo por tan grosero insulto a la Universidad, sí que lo pusieron en su momento, cuando fue el General Primo de Rivera el investido. Paso a copiar los razonamientos expuestos en la Univesidad de Salamanca por los que el interesado creía ser merecedor de aquello que los "intelectualizantes" le pretendían negar por el hecho de ser soldado:
"Yo, perdónenme la inmodestia, soy doctor en la ciencia de la vida, y en ella y de ella recogí las enseñanzas que me prepararon para el ejercicio del Gobierno. Quien lleva cuarenta años interviniendo en la vida pública de su país, no aislado ni alejándose de vivir la vida de la calle sino en contacto con cuanto ella produce de bueno y de malo, de noble y de villano, puede, si su voluntad es firme y el favor de Dios le asiste, aventurarse en la pretensión de gobernar a su pueblo......Sin jactancia puedo contestar a quienes se preguntan qué preparación podía yo tener para justificar la audacia de reclamar la gobernación de España, que desde luego mucho más sólida que la de todos ellos La adquirida interviniendo personalmente en la primera campaña de Marruecos, llamada guerra de Melilla, en que yo comencé a conocer las dificultades de este problema; marchando luego a Cuba, al lado y al servicio de un maestro en ciencia política y militar como el General Martínez Campos, que puso en mí siempre inmerecida confianza; trasladándome luego a Filipinas, donde se ventilaba otro problema de política y milicia, en el que intervine muy activamente en los dos aspectos; nuevas ocasiones de conocer el problema de Marruecos; una detenida visita oficial a los frentes durante la Gran Guerra; altos mandos en Regiones Militares como las de Valencia y Barcelona, donde tanta enseñanza oficial y económica se ofrece a espíritus observadores, y, por fin, una corta intervención parlamentaria, suficiente para saber el provecho que se podía esperar de tal institución, constituyen, a mi parecer, una hoja de servicios más nutrida y justificada que la de campañas parlamentarias de abundosa e ineficaz elocuencia, u otras electorales, demostrativas de habilidades e insensibilidades, que no deben ser objeto de reproducción ni recomendación. ¿ Qué otro ciudadano español tuvo la ocasión de servir a su país en las cinco partes del mundo?"
Como siempre ha ocurrido en España, los españoles han sido siempre, inevitablemente, unos auténticos desagradecidos con quienes, de entre todos ellos, han sido sus mejores.
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