No es del todo conocida la actuación de los capellanes castrenses durante la Cruzada de Liberación. Por ello no se ha valorado en su justa medida la labor que un puñado de hombres de Dios desarrolló en los frentes de combate, confortando espiritualmente al soldado, asistiéndole en los momentos postreros cuando se rinde la vida ante el Creador, en hospitales de campaña y en la trinchera, tras las líneas propias y en tierra de nadie, al del bando propio y al del enemigo cuando lo solicita, sin distingos, sin reparar en el peligro y, en muchas ocasiones entregando la propia vida en la empresa por salvar el alma del prójimo.
Si en el artículo anterior se hacía referencia a un capellán de Falange, en éste me propongo rendir homenaje a aquellos que por antonomasia han sido los capellanes más apreciados y solicitados por las unidades combatientes, los jesuítas, los seguidores de aquel Capitán de España que fue Ignacio de Loyola.
Desde su fundación los miembros de la Compañía acompañaron a los distintos ejércitos desempeñando su desinterasada misión: Los padres Laínez y Nadal en la campaña de Africa contra los piratas de Barbanegra en 1550; los padres Montoya, Nadal o Cristobal Rodríguez en la inolvidable Lepanto en 1571; los Padres Alejandro y Mauricio Serpe en Alcazarquivir en 1578; veinte jesuítas en la Armada Invencible de los que desaparecieron cuatro en 1588; el padre Juan Fernández en el sitio de Mastricht en 1579; los Padres Gabriel de la Vega y Francisco Villegas en la Araucania entre 1597 y 1656, así como los Padres Astorga y Rosales; acompañaron al ejército del Paraguay en los servicios rendidos a España; los Padres Smet, Hubert o Gache en la Guerra de Secesión Americana entre 1861 y 1865; los Padres Cappa, Antonio Salazar, Francisco Fernández, Gaspar Tovía en las distintas guerras sudamericanas: Pacífico, de los Mil Días o del Chaco; en las distintas guerras del Imperio francés, Magdeburgo, Argelia, Sebastopol hasta la derrota en la guerra Franco prusiana de 1870; la Primera Guerra Mundial con los Padres Lenoir, Doyle, Deat y tantos otros que, entre otras distinciones, les fueron concedidas 2 por Servicio Distinguido, 13 Cruces Militares, 3 Órdenes del Imperio Británico, etc. En 1917 había movilizados 2279 jesuítas, lo que quiere decir que uno de cada ocho jesuítas ordenados estaba en los frentes de batalla europeos, muriendo un total de 41.
En la Cruzada participaron un centenar encuadrados en todas las armas y destinos, sería muy largo referir aquí sus nombres pero destacaré a los Padres Marticorena del Tercio de San Ignacio, Latasa de Requetés, Ortiz de Zárate de los falangistas de la Columna Sagardía, Ilundain de la 8ª Bandera de La Legión, Allendesalazar de la 6ª Bandera de La Legión y por último los más conocidos y emblemáticos, cuyas andanzas han sido recogidas en distintas obras que pueden ser consultadas, Padre José Caballero de la 10ª Bandera de La Legión, Medalla Militar, Sufrimientos por la Patria, Cruz de Guerra y Cruz Roja de Campaña así como propuesto dos veces para la Laureada, y Padre Fernando Huidobro de la 4ª Bandera de La Legión, montañés de nacimiento, sexto de nueve hijos y que vivió el exilio tras la expulsión de los jesuítas y la rapiña de sus bienes por parte de la canalla frentepopulista. Regresó a España al comienzo de la contienda para ofrecer sus servicios en los frentes de batalla participando en la toma de la Ciudad Universitaria y en la defensa del Hospital Clínico, punto más avanzado y crítico del avance nacional hacia la capital, escenario de episodios dantescos, como las voladuras del Clínico a través de minas donde eran sepultados los legionarios por decenas sin ceder un palmo de terreno y rechazando todos los ataques rojos que seguían a las voladuras y posteriores ataques artilleros. Asistió al Alférez Moncho que entregó su vida en estas acciones lo que le valió la Cruz Laureada de San Fernando, siendo finalmente herido y retirado del frente.
El jefe de la 4ª Bandera declararía 10 años más tarde:"No se me olvidará nunca la figura de nuestro Capellán en aquellos momentos, con el Crucifijo en la mano, como siempre, como única arma, multiplicando su actividad, absorvido por el cumplimiento de sus sagrados ministerios. Su serenidad era tan escepcional, que a mí me daba la sensación de que aquel hombre era completamente ajeno a aquella lucha terrible y a aquel peligro tan constante".
Aún sin recuperar se incorpora a la Bandera que había sido trasladada al sector del Jarama. El 11 de abril de 1937 tras jornadas de intensos bombardeos es conminado por el Comandante Iniesta a retirarse hasta el botiquín para atender allí a los heridos y al cumplir la orden encontró la muerte al recibir el impacto de un obús del 12,40 cuando estaba dentro del botiquín. Tenía 34 años.
No sería justo terminar sin hacer mención a otros jesuítas como los 25 franceses que fallecieron en la campaña europea en la Segunda Guerra Mundial, los italianos Padres Messori, Lega Apolloni, Lorenzi, Fossati, Leoni y otros; los alemanes Padres Delp, Koller, Neumann, Gross, Gockell, Goll, y otros; aquellos encuadrados en la resistencia contra los alemanes o a los americanos como Carlos O`Neill, el Padre O´Callahan, el Padre Hogan, donde uno de cada cinco jesuítas del país estaba en el frente.
Por último, recordar que el único arma que estos hombres portaban en los frentes de batalla era la Cruz.
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