Es Don Marcelino, sin lugar a dudas, el montañés más universal. Es una figura que por sí sola justifica la existencia de un pueblo y una Patria. Es, más allá de cualquier precisión, el último y más grande de nuestros humanistas.
Enfermo sin remedio de lo que se puede llamar "bibliofilia congénita", fue desde niño un sabio en el más amplio sentido de la acepción. Asombró a los grandes de la época desde su niñez y formó una biblioteca cuyo legado a la ciudad de Santander supone la aportación del mayor tesoro jamás recibido por esta ciudad.
El que fuera miembro de la Real Academia Española, Director de la Real Accademia de la Historia y el más grande Director de la Biblioteca Nacional estuvo por encima de su tiempo, es más, estuvo por encima de su especie. Aquel católico íntegro, a machamartillo sufrió las malas artes de la progresía de su tiempo, como cuando tras ser elegido senador por la Universidad de Oviedo el 19 de marzo de 1893 y llegada la reelección fue presentada en el último momento la candidatura del Krausista y amigo de Giner de los Ríos, Juan Uña, al que derrotó de milagro en una primera ocasión y holgadamente en la siguiente. Pasarían unas cuantas décadas hasta que una juntaletras cuya única credencial era haber ganado el Premio Planeta y que, desprestigiando el puesto que tanto encumbró el eminente polígrafo, pretendió sacar su efigie al jardín de la Biblioteca Nacional.
Así describe el eminente poeta montañés José del Rio Sáinz esa efigie:
En su sillón sentado doctamente
es el maestro un rey sobre su solio;
de la vida ante él fluye la fuente
simbolizada en el abierto infolio
Don Marcelino, que amó a Cataluña intensamente, no en vano estudió en Barcelona en su juventud y que leyó en catalán su discurso con motivo de los Juegos Florales de Barcelona de 1888 se refería al catalanismo de las siguientes formas:
"El catalanismo, aunque es una aberración puramente retórica, contra la cual está el buen sentido y el interés de todos los catalanes que trabajan, debe ser perseguido sin descanso, porque puede ser peligroso si se apoderan de él los federales como Amirall, que ya han comenzado a torcerle y a desvirtuar el carácter literario que al principio tuvo".
"Con ser yo grande admirador de la gente catalana y sentir verdadera simpatía por el moderno renacimiento de su cultura, siempre experimenté verdadera repulsión hacia el carácter arcaico, romántico, trasnochado, falsamente trovadoresco que tuvo en sus primeros pasos, aun bajo la pluma de ingenios eminentes."
Es un auténtico placer seguir los pasos de la vida de uno de los más ilustres y preclaros hijos de España, aquel que en la hora suprema sólo expresaba su pesar por morirse con la cantidad de libros que le quedaban por leer. para ello recomiendo la biografía escrita por Miguel Artigas, que fuera Director de la Biblioteca Municipal Menéndez Pelayo o la del que ocupó el mismo cargo, Enrique Sánchez Reyes, que fue Premio Nacional del Centenario de Menéndez Pelayo en 1956.
El autor de obras como La Historia de los Heterodoxos, la Biblioteca de traductores españoles, Estudio de las Ideas Estéticas y tantas otras merece ser conocio y recordado como el baluarte de la hispanidad que fue y que es.
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