domingo, 11 de septiembre de 2011

ENRIQUE HERRERA ORIA


Enrique Herrera Oria fue sacerdote jesuíta, hermano del que fuera fundador de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y de la Editora Católica, Obispo de Málaga y Cardenal, Angel Herrera Oria. Autor de obras como España es mi madre, obra predilecta de la progresía antiespañola, voy a referirme a una titulada Los cautivos de Vizcaya, donde relata su paso durante cuatro meses por la cárcel de Bilbao tras su huída de la Santander roja. Por supuesto estas obras no son citadas en el apartado biográfico que le dedica la Sociedad Cántabra de Escritores.

Halló el inicio de la Guerra Civil a Enrique Herrera en Santander de casualidad, impartiendo un curso de Historia de la Educación en el recientemente construído Colegio de las Esclavas. Aquí se reunió con su hermano Manuel. Refiere como fue posible el uso de la sotana hasta aproximadamente el 11 de agosto, donde la radicalización de las autoridades republicanas y la chusma que las apoyaban hizo aconsejable la ocultación. Comienzan las sacas y paseos hasta Cabo Mayor, caen el Presidente de la Juventud de Acción Popular, señor Canales y el portero del Hotel Ignacia de El Sardinero entre otros. Aquí recibió la noticia de la muerte de su apreciado y querido Onésimo Redondo, Caudillo de Castilla. Recuerda escenas como la del Club Marítimo, recién construido entonces y que en la actualidad suele verse engalanado con la enseña nacional cuando la ocasión lo merece, luciendo la enseña roja de la antipatria; la entrada del Koln en el puerto de Santander; las gestiones ante su primo, Modesto Piñeiro, cónsul del Perú para su intercesión ante el cónsul británico que supuso la salvación de los jesuítas de Comillas. La vista fatídica del Alfonso Pérez; el conocimiento de los asesinatos diarios de conocidos, hombres de iglesia y de la política y sociedad cuyo pecado era el de creer en Dios.

La situación hizo que tomase la decisión de huir hacia Francia formando parte de un grupo que a bordo de una gasolinera pretendía llegar desde Puertochico a San Sebastián. No siendo posible marchó junto a su hermano a Bilbao con el propósito de poder salir de territorio republicano siendo, tras muchas peripecias, detenido, tomado declaración y encerrado en la cárcel de Larrínaga, donde pasó cuatro meses hasta la Liberación de Bilbao, tras sufrir el trato humillante que caracterizaba a los guardianes rojos, frente al más humanitario de los gudaris y del Director del Penal, Sr. Charterina, hombre justo y de honradez acrisolada, sin cuya acción positiva los reclusos de Larrínaga hubieran sido asesinados por la horda roja junto a la que tenían que convivir por obra y gracia de unos dirigentes nacionalistas que prefirieron los réditos políticos que esperaban conseguir de los carroñeros de la hoz y el martillo frente a sus hermanos en la fe.

Para terminar quisiera referir el episodio que dedica a un joven falangista de 26 años de nombre Arturo García Suárez, condenado a muerte al que confortó espiritualmente en sus últimos momentos. Tanto el padre herrera como su hermano Manuel, el capitán Presilla o el Marqués de Santa Lucía, compañeros de presidio, le pidieron una dedicatoria para su Kempis. He aquí alguna de ellas:

"Nunca olvide en sus oraciones al que hoy ha de morir, que a ellas se encomienda".

"Recibamos cuanto quiera Dios enviarnos, que es lo que nos conviene, aunque a veces nos parezca duro".

"Morir por España no es morir, que es ganar la gloria que Dios nos tiene prometida. Ruega por mí que yo no me olvidaré de tí".

"Trabajad por el engrandecimiento de España y ajustad vuestra vida a las enseñanzas de Cristo, y veréis qué contento se muere".

Tras recibir el sacramento de la Eucaristía en la celda es trasladado al cementerio de Derio para ser asesinado. Con entereza, con sendos crucifijos, sin pañuelo en los ojos y con el brazo extendido recibió la descarga que no acabó con su vida necesitando ser rematado en el suelo de tres tiros más, todo ello ante unos cien espectadores que acabaron impresionados.

El 10 de octubre de 1937 Herrera se encuentra otra vez en Santander donde acude a Cabo Mayor junto a miles de fieles para asistir a la misa que se celebra en lugar donde la milicianada cometió sus peores fechorías en memoria de los mártires de la Montaña. Al terminar el General López Pinto se dirige a los asistentes. A las ocho de la tarde la gente serpentea por las praderas colindantes siguiendo las cruces que conforman las estaciones del Vía Crucis que los mártires recorrieron para llegar al monte Calvario de Cabo Mayor.

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