Siguiendo con las aventuras y desventuras de la
milicianada por las tierras de España, según relato del requisado Diario
Republicano de Izquierdas, ABC, vamos a cambiar de frente pero no de día.
Después de ver como Queipo se veía amenazado y acojonado por los leales tigres
que venían de Huelva, la misma Huelva ya tomada y las mismas columnas ya
destruidas para la fecha, vamos ahora hacia el norte, comenzando por cómo
retrata el mismo diario y el mismo día, 28 de julio del 36, no olvidemos, las
gestas de los leales a la República en la Sierra de Madrid.
Dice ABC que el día 27, o sea, el día anterior, los milicianos
madrugaron y tomaron el pueblo de Roblegordo, llave del puerto de Somosierra,
todo ello después de una marcha de treinta kilómetros y sin disparar un tiro
tras el uso de artillería y aviación. Por supuesto, los fascistas habían huido
dejando atrás camiones, víveres, armamento, municiones y automóviles. El
repórter no escatima elogios a aquellos
milicianos y milicianas que sólo sentían que aquello hubiera sido poco más que
una excursión en la que no pudieron darle lo suyo a los “facistas” por haber
éstos huido como liebres. No tardó en aparecer por allí el General Castelló,
Ministro de la Guerra, sin avisar, de inspección, recibiendo el agasajo de un
grupo de ¿bellas? muchachas del Socorro Rojo Internacional a las que contestó,
según el fabulista del ABC, que “yo acepto cuanto una buena republicana me
ofrezca…”. Olé sus huevos, con perdón. Rozando lo grotesco, afirma el diario
que los obuses de los facciosos, disparados aisladamente, caían lejos de las
líneas rojas y los que lo hacían no estallaban. Vamos, un auténtico chollo. Es
así como se puede explicar el alborozo del que, firmando como Juan Soldado,
relata que el hospital estaba vacío, o sea, que no había habido bajas.
Desgraciadamente la noticia siguiente refería la muerte en el puerto de Somosierra del Teniente
Enrique Gómez Calleja, hermano del matador de toros “El Estudiante”. Debió
morir de aburrimiento a lo que parece.
Vamos ahora a la zona de Guadarrama. Llega el corresponsal
hasta Cercedilla sin novedad. El camarada Sepúlveda, uno de los dirigentes de
la Casa del Pueblo y requisador de camas en ratos libres. Es él el que relata cómo
los facciosos de la zona a la hora del combate daban media vuelta y huían a
velocidad de crucero. También le pone al corriente de cómo los cobardes
oficiales traidores obligaban a los soldados a disparar mientras ellos se
quedaban detrás amenazándoles con bombas de mano, de esas que no explotaban, ya
se sabe. Vamos, exactamente como hacían los comisarios políticos. También contó
con los testimonios de los pasados de la zona nacional que, como buenos
republicanos no habían disparado contra los suyos en ningún momento. Ello unido
a que de las dos quintas llamadas solo se habían presentado a filas “los
señoritos de cuota y complemento”, daba muestra de la nula moral de las tropas
sublevadas. Si además la aviación roja ponía la bomba donde ponía el ojo, que
la columna Mola no llegaba ni había visos de ello, que mentían los alzados
traidores cuando decían que dominaban la sierra porque, qué mejor dato para
corroborarlo que las familias que veraneaban en San Rafael, así como sus
habitantes, se habían trasladado a El Espinar sin sufrir el menor daño; si se
bombardeaban entre sí; si incluso habían matado a un alto Jefe de Falange,
(Onésimo Redondo), atribuyendo al enemigo su única acción digna de mención, no
es de extrañar que la cosa estuviese a punto de caramelo para que los coroneles
Tiziano y Mangada, no vale reírse, junto al General Riquelme, con táctica
envolvente copara a todas las tropas rebeldes del Guadarrama. Incluso en una
acción digna del mejor cine americano, varios integrantes de la Quinta de
Asalta al mando del capitán Puig habían volado el polvorín de los facciosos en
esta sierra. Como es lógico el avance proseguía, de hecho prosiguió hasta el
último día de la guerra. Quizá tal alarde de combatividad y empuje se debiera a
la diaria visita que giraban a estos frentes el señor Largo Caballero, Don
Inda, y la señorita Ibarruri, Doña Lola.
Pero, ¿y la realidad? La realidad contrastada y al alcance
de cualquiera dice que Somosierra fue ocupada por unos pocos falangistas
mandados por los hermanos Miralles y abandonado el día 20. El 21 de julio, de
nuevo Carlos Miralles, con unos 70 hombres, toma el Puerto, lo rebasa y llega
hasta Robregordo, que abandona ante el avance de una fuerte columna enemiga volviendo
a los túneles del puerto siendo defendido por 47 hombres a la espera de la
llegada de la columna del coronel Gistau. El día 22, cae el capitán Miralles y
al mediodía se retiran los escasos defensores ante la abrumadora superioridad
de la columna del Capitán Galán. Los hombres de Gistau no pudieron llegar en su
socorro por efecto de la aviación roja. Lo intentó el día 23 fracasando de
nuevo y cayendo la vanguardia junto al camión que llevaba la pieza de
artillería en poder del enemigo. Mola destituye a Gistau y ordena a García-Escámez hacerse cargo de la
columna que opera en Somosierra y una vez allí y estudiado el terreno comienza
la acción a las veinte horas del día 24, tomando las alturas que rodean el
Puerto al día siguiente y llegando el batallón de Bailén y parte del de San
Marcial a la cima del puerto a las dieciséis horas huyendo las tropas rojas a
la desbandada. En esta acción los nacionales tuvieron unas treinta bajas
quedando en el terreno setenta y cinco muertos y un centenar de prisioneros. El
Teniente Coronel Cuervo fue uno de ellos. Se tomaron el resto de lomas
circundantes y el día 27 se llegaba a
Robregordo y el día 30 se hacía lo
propio con Braojos, La Serna y Piñuécar, dejando a retaguardia La Acebeda,
Horcajo, Aoslo y Madarcos. Pero ya nos excedemos de la fecha en la que según
ABC los facciosos corrían dirección norte seguidos de una banda de
excursionistas que de vez en cuando morían por acción de munición que nunca
acertaba y si lo hacía, no explotaba.
Del Sector de Guadarrama, para no extendernos, decir que
el Alto del León fue tomado el mismo día 22 en cuatro horas y media a un alto
precio y que fue un foco intenso de combate donde las tropas del coronel
Serrador y los falangistas de Girón escribieron páginas de gloria hasta que el
empuje rojo decayó definitivamente a mediados de agosto. Para entonces El
Espinar y San Rafael, donde los excursionistas viajaban sin problemas ya
pertenecían a la España Nacional.
Mentira tras mentira, sangre sobre sangre, responsabilidades
infinitas que no se pagarían en cien vidas. En una tercera entrega noticias
accesorias a las estrictamente militares recogidas ese día 28 de julio de 1936
que mostraba a los madrileños una situación irreal, ilusoria, vergonzosamente
manipulada.
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