lunes, 21 de mayo de 2012

LA PRENSA ROJA Y SUS EMBUSTES (2)


Siguiendo con las aventuras y desventuras de la milicianada por las tierras de España, según relato del requisado Diario Republicano de Izquierdas, ABC, vamos a cambiar de frente pero no de día. Después de ver como Queipo se veía amenazado y acojonado por los leales tigres que venían de Huelva, la misma Huelva ya tomada y las mismas columnas ya destruidas para la fecha, vamos ahora hacia el norte, comenzando por cómo retrata el mismo diario y el mismo día, 28 de julio del 36, no olvidemos, las gestas de los leales a la República en la Sierra de Madrid.

Dice ABC que el día 27, o sea, el día anterior, los milicianos madrugaron y tomaron el pueblo de Roblegordo, llave del puerto de Somosierra, todo ello después de una marcha de treinta kilómetros y sin disparar un tiro tras el uso de artillería y aviación. Por supuesto, los fascistas habían huido dejando atrás camiones, víveres, armamento, municiones y automóviles. El repórter  no escatima elogios a aquellos milicianos y milicianas que sólo sentían que aquello hubiera sido poco más que una excursión en la que no pudieron darle lo suyo a los “facistas” por haber éstos huido como liebres. No tardó en aparecer por allí el General Castelló, Ministro de la Guerra, sin avisar, de inspección, recibiendo el agasajo de un grupo de ¿bellas? muchachas del Socorro Rojo Internacional a las que contestó, según el fabulista del ABC, que “yo acepto cuanto una buena republicana me ofrezca…”. Olé sus huevos, con perdón. Rozando lo grotesco, afirma el diario que los obuses de los facciosos, disparados aisladamente, caían lejos de las líneas rojas y los que lo hacían no estallaban. Vamos, un auténtico chollo. Es así como se puede explicar el alborozo del que, firmando como Juan Soldado, relata que el hospital estaba vacío, o sea, que no había habido bajas. Desgraciadamente la noticia siguiente refería la muerte  en el puerto de Somosierra del Teniente Enrique Gómez Calleja, hermano del matador de toros “El Estudiante”. Debió morir de aburrimiento a lo que parece.

Vamos ahora a la zona de Guadarrama. Llega el corresponsal hasta Cercedilla sin novedad. El camarada Sepúlveda, uno de los dirigentes de la Casa del Pueblo y requisador de camas en ratos libres. Es él el que relata cómo los facciosos de la zona a la hora del combate daban media vuelta y huían a velocidad de crucero. También le pone al corriente de cómo los cobardes oficiales traidores obligaban a los soldados a disparar mientras ellos se quedaban detrás amenazándoles con bombas de mano, de esas que no explotaban, ya se sabe. Vamos, exactamente como hacían los comisarios políticos. También contó con los testimonios de los pasados de la zona nacional que, como buenos republicanos no habían disparado contra los suyos en ningún momento. Ello unido a que de las dos quintas llamadas solo se habían presentado a filas “los señoritos de cuota y complemento”, daba muestra de la nula moral de las tropas sublevadas. Si además la aviación roja ponía la bomba donde ponía el ojo, que la columna Mola no llegaba ni había visos de ello, que mentían los alzados traidores cuando decían que dominaban la  sierra porque, qué mejor dato para corroborarlo que las familias que veraneaban en San Rafael, así como sus habitantes, se habían trasladado a El Espinar sin sufrir el menor daño; si se bombardeaban entre sí; si incluso habían matado a un alto Jefe de Falange, (Onésimo Redondo), atribuyendo al enemigo su única acción digna de mención, no es de extrañar que la cosa estuviese a punto de caramelo para que los coroneles Tiziano y Mangada, no vale reírse, junto al General Riquelme, con táctica envolvente copara a todas las tropas rebeldes del Guadarrama. Incluso en una acción digna del mejor cine americano, varios integrantes de la Quinta de Asalta al mando del capitán Puig habían volado el polvorín de los facciosos en esta sierra. Como es lógico el avance proseguía, de hecho prosiguió hasta el último día de la guerra. Quizá tal alarde de combatividad y empuje se debiera a la diaria visita que giraban a estos frentes el señor Largo Caballero, Don Inda, y la señorita Ibarruri, Doña Lola.

Pero, ¿y la realidad? La realidad contrastada y al alcance de cualquiera dice que Somosierra fue ocupada por unos pocos falangistas mandados por los hermanos Miralles y abandonado el día 20. El 21 de julio, de nuevo Carlos Miralles, con unos 70 hombres, toma el Puerto, lo rebasa y llega hasta Robregordo, que abandona ante el avance de una fuerte columna enemiga volviendo a los túneles del puerto siendo defendido por 47 hombres a la espera de la llegada de la columna del coronel Gistau. El día 22, cae el capitán Miralles y al mediodía se retiran los escasos defensores ante la abrumadora superioridad de la columna del Capitán Galán. Los hombres de Gistau no pudieron llegar en su socorro por efecto de la aviación roja. Lo intentó el día 23 fracasando de nuevo y cayendo la vanguardia junto al camión que llevaba la pieza de artillería en poder del enemigo. Mola destituye a Gistau  y ordena a García-Escámez hacerse cargo de la columna que opera en Somosierra y una vez allí y estudiado el terreno comienza la acción a las veinte horas del día 24, tomando las alturas que rodean el Puerto al día siguiente y llegando el batallón de Bailén y parte del de San Marcial a la cima del puerto a las dieciséis horas huyendo las tropas rojas a la desbandada. En esta acción los nacionales tuvieron unas treinta bajas quedando en el terreno setenta y cinco muertos y un centenar de prisioneros. El Teniente Coronel Cuervo fue uno de ellos. Se tomaron el resto de lomas circundantes  y el día 27 se llegaba a Robregordo  y el día 30 se hacía lo propio con Braojos, La Serna y Piñuécar, dejando a retaguardia La Acebeda, Horcajo, Aoslo y Madarcos. Pero ya nos excedemos de la fecha en la que según ABC los facciosos corrían dirección norte seguidos de una banda de excursionistas que de vez en cuando morían por acción de munición que nunca acertaba y si lo hacía, no explotaba.

Del Sector de Guadarrama, para no extendernos, decir que el Alto del León fue tomado el mismo día 22 en cuatro horas y media a un alto precio y que fue un foco intenso de combate donde las tropas del coronel Serrador y los falangistas de Girón escribieron páginas de gloria hasta que el empuje rojo decayó definitivamente a mediados de agosto. Para entonces El Espinar y San Rafael, donde los excursionistas viajaban sin problemas ya pertenecían a la España Nacional.

Mentira tras mentira, sangre sobre sangre, responsabilidades infinitas que no se pagarían en cien vidas. En una tercera entrega noticias accesorias a las estrictamente militares recogidas ese día 28 de julio de 1936 que mostraba a los madrileños una situación irreal, ilusoria, vergonzosamente manipulada.

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