Finalizamos aquí el acercamiento a la figura de García Serrano, al menos de momento, y lo hacemos con un texto que refleja magistralmente lo que siente una persona consecuente cuando ejerce eso que se llama la fiesta de la democracia, culminada con el orgasmo de depositar el papelito en la caja para, así, avalar los desmanes que los politicastros llevan a cabo segura y continuadamente. Y eso que en este caso la elección era por motivos sindicales y gremiales.
15 de octubre de 1975, miércoles
Siempre me levanto de buena mañana, tan de buena mañana que casi es de noche. Soy pájaro madrugador. Hoy lo he hecho como de costumbre, pero con pereza instintiva, yo que soy diligente. En el primer momento no sabía por qué, pero he tenido la misma sensación que si la gripe me hubiera agarrado de los pies a la cabeza. De todos modos, acaso por la fuerza del hábito, me he tirado de la cama y sin mirar siquiera con qué pie tocaba el suelo. ¡A mí supersticiones! He cumplido mis abluciones completas, polvos de talco incluídos, y a la hora de leer los periódicos he recordado que tenía que pecar. En tiempos, pecar me encantaba. Ahora, como uno no está en condiciones de pecar, semejantes deleites se le hacen a uno muy cuesta arriba. la santidad, a veces, es fatiga. pero hubiera pecado muy a gusto, según el habitual sentido que el español da a la palabra pecado; no, claro, al pensar que mi pecado iba a ser puramente ideológico. Nunca contra el espíritu.
Yo hice la guerra para no votar, igual que mis enemigos, único punto en el que hubiera podido basarse un acuerdo entre rojos y azules de no mediar la Iglesia española, que enredó bastante la cuestión. Pues hoy tengo que votar, cosa que me joroba. También ciriquiaron mucho en el asunto los más fervorosos totalitarios del bando nacional, que hoy son liberales esclarecidos, tanto que acusan a Riego de apostólico.caso es que, a pesar de haber ganado la guerra -si bien con la ayuda de Franco y algunos otros españoles-, hoy tengo que pasar por la humillación de ir a depositar mi meadita democrática en el vespasiano de la urna. Conservé mi virginidad, en punto a sufragio, hasta 1947, cuando aquel referéndum. No es que le haya tomado el gusto, pero como algunas esposas frígidas me resigno a que gocen los demás, aunque me irite física y espiritualmente el ejercicio de semejante coyunda.
He votado como miembro de la cosa esa de guionistas del Sindicato del Espactáculo. he votado como a las diez y veinte de la mañana, y desde ese mismo instante me siento con tiña, con sarna, con lepra, con ladillas, con purgaletas, con caparras, con abejorros en mis partes pudendas, con náuseas, con la infinita vergüenza de no haberle pegado una patada a la urna, con la sífilis de Olof Palme, con la sangre sucia del Licenciado (en presidio), con el microcerebro de los píos democristianos, con la peste de Gil Robles, con las bubas del sufragio, en fin, muerto de purrela y caca.
Hoy la tierra y los cielos se me cierran, hoy el alma se me vuelve col, hoy he visto la urna y he votado, hoy no creo ni en Dios.
(Con perdón, Señor)
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